El simbolismo del Camino de Santiago, al menos para mí, era un elemento motivador esencial. La belleza del paisaje gallego y la cordialidad de sus gentes otro. Que la prueba empezara y terminara en el Monte do Gozo tocaba a mi historia personal, ya que mi padre, Guillermo Montes, fue el primer director de la televisión gallega, que inició su andadura en las instalaciones del barrio de San Marcos. Reconozco que se me saltaron las lágrimas al llegar a la puerta de un edificio del que vi los andamios, creciendo a un ritmo desbocado para que la TVG pudiera ser inaugurada el 25 de julio de 1985, es decir, el día la fiesta del Apóstol. Me siento muy orgullosa de mi padre, como padre y como trabajador que, por falta de medios, no tuvo la posibilidad de asistir a las clases de la universidad y aún así se sacó la licenciatura de Derecho por libre y acabó recibiendo también la de Periodismo y Medios Audiovisuales Honoris Causa. Un padre que me ha educado en el amor incondicional a su tierra gallega que, para él, es la mejor del mundo. Lo explico para que se entienda lo que pude sentir al llegar a la meta del Monte do Gozo.
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Uno de los edificios de la Televisión de Galicia en el Barrio de San Marcos ya cerca de la meta |
Mi único objetivo en el I Desafío Ecocamiño era andar y terminar.
Soy una de esas personas a las que la pandemia ha dejado tocada, y no por haber contraído el virus, sino por la tristeza de ver morir a tantas personas, de forma tan rápida y sin poder despedirse de sus seres queridos; por haber visto negocios de toda la vida quebrar, por haber sido voluntaria unos meses en la Cruz Roja y haber vivido las colas de entregas de alimentos. Todo ese dolor ajeno, la falta de libertad y el cansancio físico que sentí tras la vacuna, me fueron quitando las ganas y la energía para ir a carreras y marchas. Casi me parecía inmoral divertirme yo en el fin de semana después de tanta desgracia.
Por fin me atreví a coger el coche, conducir 4h y plantarme en la línea de salida. Ya en el autobús que nos llevó desde el Monte de Gozo a Melide (punto de partida de la prueba corta) sentí el buen ambiente, porque tres parejas que no sé con exactitud de dónde habían venido hacían bromas entre ellos y para todo el que quisiera reírse con ellos. A mi lado, iba sentado otro compañero que llevaba ¡20 Caminos de Santiago! y ahora, aficionado hasta la médula a este recorrido, se había apuntado a Ecocamiño. Él haría la prueba en modalidad marcha nórdica, ya que suele competir en esta especialidad.
Gente diversa, de edades diversas, de procedencias diversas, de niveles muy diversos, todos contentos de poder realizar su propio Desafío Ecocamiño.
Los árbitros controlaron el material obligatorio, dieron la salida, y comenzamos a caminar. En menos de 5km yo ya estaba cargada de energía por el olor a Galicia: eucalipto, grelos, camelias, hortensias, un punto ácido de las mazana y dulzón de las castañas... todo bajo un día fresco pero soleado. Los habitantes de los municipios nos saludaban y daban ánimos, los peregrinos recitaban el mantra «Buen Camino», íbamos añadiendo una anécdota por aquí y otra por allí y los kilómetros pasaban sin pesar. Un peregrino joven que iba con su perra tuvo un breve altercado con un vecino porque la perra, que iba suelta, se volvió loca al ver a las gallinas en medio del sendero. El dueño gritaba furioso y angustiado al ver peligrar a sus magníficos ejemplares de la raza Mos, una de las mejores ponedoras de España. No me quedé para ver el desenlace pero pintaba mal, muy mal.
El primer avituallamiento lo teníamos en Arzúa (km 14,6) y el segundo en O Pino (km 33,3), en ambos nos lo dieron en una bolsa y pudimos seguir sin perder tiempo. No, no me paré en Arzúa a comprar uno de sus famosos quesos con denominación de origen y tampoco me quedé con las ganas porque ya lo había hecho el día anterior. En esta ruta es fácil cumplir con la norma de no dejar ningún desperdicio en la naturaleza, porque tanto en los pueblos como en pleno camino hay muchísimas papeleras.
Aunque el kilometraje oficial en los anuncios de la prueba menciona 47km, en el dorsal ponía 48,1 a mí me salieron 50km, porque en alguno de los puntos, como Castañeda, donde puedes elegir un camino más corto y otro más largo, yo siempre elegí el largo.
A la hora prevista, cayó la noche. Para mí fue la parte más dura y, ahora que pienso en ella, la mejor. Dura no solo porque ya se sentía el cansancio de kilómetros acumulados y ya no tienes el estómago con las mismas buenas sensaciones que al principio, sino sobre todo porque la noche complica muchísimo la orientación. No todos los municipios han puesto el mismo número de mojones para indicar el Camino y cuánto falta a Santiago. Tal vez porque era de noche me parecía que había muchos menos y me preocupaba perderme. Debo decir que así como hasta el primer avituallamiento llevaba gente delante y detrás, después la fila se fue alargando y caminé sola, completamente sola, la mayor parte de la ruta. Además, en un tramo me encontré con algo que desconocía, los llamados caminos complementarios. Se han señalizado otras formas de llegar a Santiago distintas de la tradicional y reconozco que no tenía ni idea. Me paré a mirar en el móvil que era aquello de «camino complementario», pero no me quedé tranquila. Tuve la suerte de encontrarme a un vecino de la zona que me lo explicó todo y me transmitió la confianza que necesitaba en mí misma para terminar. Meterse sola en plena noche en los bosques de eucaliptos gallegos puede asustar o fascinar. En mi caso es lo segundo, aunque no voy a negar que se te pasa por la cabeza si por allí habrá lobos.
Ha sido una experiencia de 10, al menos para mí. Una prueba que nunca olvidaré por ser la que me ha ayudado a retomar confianza en mí misma tras la pandemia y porque me ha permitido volver a ver algo en lo que mi padre participó en cuerpo y alma, con la gran suerte de que, a pesar de sus casi 87 años y una tremendo cáncer de riñón a la edad de 54, aquí sigue para que pueda comentar con él cada detalle de ese día, desear que en 2022 se vuelva a celebrar y animarle a que me espere en la meta.